Alguna vez habéis oído hablar del paso de cebra de Shibuya, en Tokyo. Según he leído es el paso de cebra más famoso del mundo, después claro está, del que sale en la portada de "Abbey Road" de los Beatles.
Más de un millón de personas cruzan todos los días por él. ¿Os imagináis cómo se puede sentir una persona esperando a que se abran los semáforos? Debe ser algo parecido a esperar a que te den la salida en una carrera de cien metros. Agarras bien tu mochila, te pones en posición y cuando ves a todo el mundo echar a andar los sigues sin saber en realidad de que color está el semáforo, pues ya tienes suficiente con intentar esquivar todos los paraguas tacones y maletines que no sólo te impiden caminar sino que te impiden ver por donde pisas. 
En mi vida había visto tanta gente junta esperando en el mismo sitio para cruzar una carretera. ¿Os parezco exagerado? Pues intentarlo y ya me contaréis.


Por aquel entonces yo me había trasladado a esta gigantesca ciudad con una beca del Instituto Cervantes para impartir clases de español para extranjeros. Yo, un pobre tipo de un pueblo perdido en la sierra salmantina, en este caos de ir y venir de coches y de gente que no es por caer en el tópico, pero me parecía casi toda igual..... 

Todos los días me levantaba a las 6 de la mañana en mi pequeño apartamento de 30 metros cuadrados en el barrio de Shinjuku. Me daba una ducha rápida, un cafetito para entonarme,  mochila al hombro y rumbo a mi lugar de trabajo, emocionado por ver que me deparaba el nuevo día, aunque al final acabasen siendo todos iguales. 
Y así, un par de kilómetros andando y unas tres líneas de metro después allí estaba yo, frente a aquel Goliat de cemento y pintura a rayas, rodeado de entes autistas con la mirada puesta en un rumbo fijo, con ritmo acelerado por el estrés de llegar tarde a fichar en alguna multinacional de esas en las que dejas de ser una persona con nombre y apellidos, y te conviertes en un simple número más.
Al otro lado, flanqueada por aquel gigante, ella..... la chica más bonita que había visto jamás. Era una de las cosas que hacían que cada día me despertara con unas ganas locas de ir a trabajar. Siempre me cruzaba con ella en el mismo sitio y a la misma hora, no creo que se hubiese fijado nunca en mí, pero yo no podía apartar la mirada de ella.

Siempre me había considerado un espíritu libre, sin mucha prisa por encontrar a nadie y sin muchas esperanzas en lo que al amor se refiere, no me malentendáis, soy un acérrimo defensor del amor entre todas las personas, pero en lo que a lo personal se refiere nunca había puesto mucho entusiasmo.

La cosa, es que esta vez era diferente, cada vez que la veía notaba como mi estómago se daba la vuelta por completo y se hacía un nudo que me impedía moverme....... era tan hermosa.....
Debería medir alrededor del metro sesenta, larga melena color ébano, y una mezcla racial entre europea y asiática que la hacía espectacular. No sabía su nombre, pero cada vez que la veía le imaginaba mil nombres distintos. Eran los mejores 3 minutos del día.
Después, se abría el semáforo y enseguida la perdía de vista. 
El resto de día me lo pasaba imaginándome el momento en que yo cobraría valor y me atrevería a invitarla a cenar, tomar un café o ir al karaoke, que creo que por aquí son muy aficionados a ello. 


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Hoy he soñado con ella, eso no es extraño pues lo hago infinidad de noches, pero hoy no era un sueño cualquiera, llovía y yo me acercaba a ella con un paraguas verde que daba un toque de color a aquel día gris y a aquellos uniformes diplomáticos, y comenzábamos a hablar. 
En ese momento sonó el despertador, las 5 y media de la madrugada, ¿por qué motivo ha sonado el  despertador media hora antes de lo habitual?, ni la menor idea, pero en fin...
Me he levantado de la cama, una ducha ritual para acabar con las legañas y al ir a hacerme el café me doy cuenta de que está diluviando, casualidad o no me daba igual, sabía que ese sería el día y no lo iba a desaprovechar.

Salí corriendo de casa y me paré en una tienda dos calles por encima de la mía a comprar un paraguas verde. !Mierda la mochila! con las prisas me había olvidado en casa todo el material de trabajo. Seguí caminando pensando un plan alternativo para mis clases de hoy, pero finalmente decidí que ese día no iría a clase, llamaría por teléfono y me inventaría cualquier excusa para poder ausentarme. Había decidido que cogería a aquella chica y nos escaparíamos los dos a dar la vuelta al mundo, no me importaba el resto, con ella sería suficiente. 

Dos kilómetros y tres líneas de metro después allí estaba, en aquel paso de cebra que cambiaría mi vida para siempre.

Dieron las ocho de la mañana y mis nervios estaban a flor de piel, mil preguntas me invadían, ¿y si no se presentaba?, ¿y si le había surgido cualquier contratiempo y ese día no la podría ver?, ¿y si el sueño no había sido más que eso, un simple sueño? 

De repente la vi, allí estaba, la única persona capaz de llamar mi atención entre toda aquella marabunta. Mis pulsaciones comenzaron a acelerarse y el corazón estaba a punto de salirse por la boca, tendría solo un instante, no podría dudar.

Se abrió el semáforo y comencé a andar, no sé cómo pero saque fuerza y seguridad de donde no la tenía y caminé entre todo el gentío hasta llegar a ella, era el momento.

-Hola, me llamo Lolo.-